Mientras sentía que se desgarraba mi alma sin que el llanto acudiera a nublar mi mirada, y me rodeaban la soledad y la desesperación como dos mantos fríos, deseosos de quedarse en mi interior una larga y dura temporada.
Y así, sintiendo sin sentir, viviendo sin vivir en mí durante demasiado tiempo, me di cuenta de que sólo podía ser amor. De que la vida tiene poco, o ningún sentido sin tus dedos recorriendo mi brazo, sin tu sonrisa alimentando mi respiración, sin tus besos inundando mi alma.
Y, triste y cruelmente, quizá me di cuenta tarde, o quizá no quise decírtelo nunca, aunque mi interior deseara gritártelo. A lo mejor el orgullo de pensar que tú no lo pasaste mal en absoluto con todo esto me impidió soltarte en cualquier momento de cualquiera de nuestras múltiples discusiones que te quería, que te necesitaba, que no te imaginabas lo que había sufrido desde que te marchaste aquel día de marzo. Desde que algo se accionó y nada volvió a ser igual. Desde que la palabra felicidad no ha tenido acepción alguna en el diccionario que es mi vida, y las palabras "dolor", "obsesión", "malestar", "llanto", han pasado a ser las más buscadas.
Pero, sabes, supongo que tenía que ser así. Que por alguna razón, no era nuestro momento. No éramos nosotros, ni las condiciones, ni el tiempo, ni el espacio.
Quiero pensar que no hay culpables en esta batalla en la que solo quedaron heridos. Quiero pensar que algún día en cualquier momento vendrá a tu mente algo que te recuerde a mí, y solo espero que sonrías cuando te acuerdes. Creo que no estoy en condiciones de pedirte nada más.
Tendría que ser así. Tenías que no ser tú.