29 de septiembre de 2013

Podría poner de nuevo lo que últimamente me dedico a escribir aquí, el desasosiego mental que acaece en mi vida, que no me deja pensar en nada más, que me hace imposible centrar mis fuerzas en otra cosa.
Porque veo cómo todo pasa y después de un determinado tiempo vuelve a pasar sin que nada cambie; vivo en un mundo estático, donde cualquier posibilidad de mirar hacia otra parte es pura fachada, encadenada inevitablemente a lo que yo llamaría en otra época "círculo vicioso", pero que desde hace algún tiempo ha dejado de parecerme atractivo por completo. Me limito a caminar hacia delante, sin mirar hacia los lados, sin pararme a repasar y sin que me dé tiempo a arrepentirme de lo que hago. Soy una autómata, un robot programado para existir, simple y llanamente, nadie me quiere para nada más. Voy de un lado a otro sin que se me requiera en realidad en ningún sitio, sin que nadie note mi presencia ni mi ausencia cuando ya no estoy, cuando todo acaba. 
Querría despertar, pero ya no importa, en realidad nada ya lo hace para mí. Se me acabaron las esperanzas justo cuando abrí de verdad los ojos al mundo y vi lo que tenía guardado para mí: nada, la más absoluta y desoladora desesperanza, las ganas de que los días acabasen, sin que ninguno fuera importante, sin que nada marcara un antes y un después, porque ya nada marcaba nada. 
Me consumo viendo cómo los demás, merecedores o usurpadores de todo lo que yo quería están ahí, impasibles, viviendo sus vidas sin importar nada ni nadie más.
Mientras tanto aquí sigo, impasible, víctima de la rutina y de la soledad que a ella acompaña, sin fuerzas siquiera para luchar, pues cuando se ha perdido la esperanza... nada queda ya. 

22 de septiembre de 2013

Regresión

A todos los seres humanos nos aterra el cambio. Esa posibilidad de que las cosas salgan justo al revés de como las hemos planeado, el miedo a que de la noche a la mañana todo sea diferente.
Pero a veces no nos damos cuenta de que el cambio es lo que nos hace ser personas, de que lo antinatural es permanecer iguales siempre.
Hay gente que dice que tras haber vivido situaciones límite o traumáticas se siente completamente distinta, como si naciera de nuevo, como si la vida le diera una segunda oportunidad para replantearse cómo hacerlo todo, cómo vivir, al fin y al cabo.
Para mí el cambio es algo a lo que me he acostumbrado a vivir. Miro atrás y me doy cuenta de que he cambiado muchas cosas, quizá más de las que me gustaría, pero al final comprendo que las circunstancias me han obligado a actuar de esta forma.
Quizá nos da tanto miedo cambiar porque no estamos preparados para darle la vuelta a nuestras filosofías de vida; a lo mejor no podemos soportar la idea de romper nuestros tan preparados esquemas, hacerlos mil pedazos y olvidarlos para siempre. Puede que nos aferremos con todas nuestras fuerzas al "mejor malo conocido que bueno por conocer" y tengamos tanta fe en nuestra situación actual que no queramos movernos ni un centímetro del punto donde estamos.
O simplemente puede que nos asuste tanto cambiar porque ello suponga echar por tierra lo que pensábamos que sería "lo ideal".
O a lo mejor sólo necesitamos a alguien lo suficientemente importante para hacernos dar el paso de gigante que llevamos queriendo dar toda nuestra vida.

11 de septiembre de 2013

Retales

Se trata de superarse. De hacer creer que no te importan las cosas que más daño te hacen, de aparentar el triple de fuerza de voluntad de la que en realidad tienes. Lo importante es no mirar atrás, no parar nunca de caminar hacia delante, jamás detenerte a pensar en lo que pudo ser.
Hacer ver que eres una persona insensible no ha sido nunca mi filosofía de vida, pero a lo largo del tiempo me he dado cuenta de que es la única forma de sobrevivir muchas veces. Echar una carcajada cuando oyes algo que te hace sentir como si un cuchillo te atravesara el estómago. Quedarte a un lado, apartada, esperando lo que quizá nunca llegue, mostrándote indeferente a que ocurra.
Intentando protegerte a ti misma de esto, de... la soledad en la que te sumes cada día un poco más.

1 de septiembre de 2013

Memories

Y aquí estamos, creyendo como ilusos que el amor dura para siempre, que los sentimientos no se rompen, que sólo pueden hacerse más fuertes.
Cuántas veces hemos imaginado que aquellas palabras crueles que oímos no son más que delirios provocados por envidia, por sentimientos que la gente se niega a aceptar. Pero no nos damos cuenta de que tarde o temprano todo muere, incluso los sentimientos.
Cuando ya no eres capaz de girarte para verle caminar por cualquier calle, o cuando no te quedan fuerzas para decirle todo lo que hace varios meses hubieras gritado al mundo entero. Es ahora cuando nos quedamos callados y nos apartamos del medio del camino; somos capaces, después de tanto tiempo, de darnos por vencidos y tirar la toalla para nunca más volver a recogerla, para marcar el punto y final que debimos haber marcado hace tanto tiempo...
Pero ya no nos arrepentimos. Porque ya no miramos atrás y vemos sólo lo que queremos ver, ahora miramos al pasado y observamos cómo las cosas nunca fueron de color de rosa, cómo siempre hubo malos momentos, desengaños, pérdidas y sufrimiento hasta decir basta. Nos damos cuenta de que sonreímos por cosas que no eran verdad, por cosas que quisimos pensar que eran perfectas, pero que en realidad nunca lo fueron.
Y ahora abrimos los ojos al mundo y descubrimos que no hay personas adecuadas para nosotros, que no están, que nunca estarán. 
Porque ya no creemos en nada.