22 de septiembre de 2013

Regresión

A todos los seres humanos nos aterra el cambio. Esa posibilidad de que las cosas salgan justo al revés de como las hemos planeado, el miedo a que de la noche a la mañana todo sea diferente.
Pero a veces no nos damos cuenta de que el cambio es lo que nos hace ser personas, de que lo antinatural es permanecer iguales siempre.
Hay gente que dice que tras haber vivido situaciones límite o traumáticas se siente completamente distinta, como si naciera de nuevo, como si la vida le diera una segunda oportunidad para replantearse cómo hacerlo todo, cómo vivir, al fin y al cabo.
Para mí el cambio es algo a lo que me he acostumbrado a vivir. Miro atrás y me doy cuenta de que he cambiado muchas cosas, quizá más de las que me gustaría, pero al final comprendo que las circunstancias me han obligado a actuar de esta forma.
Quizá nos da tanto miedo cambiar porque no estamos preparados para darle la vuelta a nuestras filosofías de vida; a lo mejor no podemos soportar la idea de romper nuestros tan preparados esquemas, hacerlos mil pedazos y olvidarlos para siempre. Puede que nos aferremos con todas nuestras fuerzas al "mejor malo conocido que bueno por conocer" y tengamos tanta fe en nuestra situación actual que no queramos movernos ni un centímetro del punto donde estamos.
O simplemente puede que nos asuste tanto cambiar porque ello suponga echar por tierra lo que pensábamos que sería "lo ideal".
O a lo mejor sólo necesitamos a alguien lo suficientemente importante para hacernos dar el paso de gigante que llevamos queriendo dar toda nuestra vida.