24 de septiembre de 2011

Vamos a perdernos en el mundo.

Oye tú, sí tú. Escúchame bien, porque no voy a repetirlo. ¿Qué eso que has hecho conmigo? ¿Acaso te crees con derecho a usarme de esta manera? A tenerme atada día sí y día también, a no dejarme salir de entre las sábanas de tu edredón, a estar en mi mente a todas horas. ¿Quién te dio permiso para hacerte el responsable de mis sonrisas y de mis lágrimas? Y ese brillo que tienen mis ojos cada vez que te ven aparecer tras cualquier esquina, ¿Quién les mandó que sólo pudieran iluminarse cuando te vieran a ti, eh? 
Explícame tu secreto, el mejor guardado desde la invención de la Coca Cola. Exijo saber por qué tu olor es el que mejor le viene a mi nariz, o por qué tus manos son las únicas capaces de hacer que mi piel se ponga de gallina. Porque los te quiero son bonitos, pero aún más si salen de tu boca. 
Y, para qué te lo voy a negar, tengo miedo. Tengo miedo de que algún día desaparezcas de mi vida, te canses de mis besos, o simplemente quieras cambiar de aires. Tengo miedo porque no sé qué será mí. Porque no sé si volveré a sentir nada de esto, o si habrá alguien capaz de despertar en mí lo que tú despiertas cada día un poco más. Me aterra quedarme sin tu sonrisa, olvidarme de tu voz, o perderme debajo de cualquier edredón y ya no sentir dentro tu olor. 
Daría el mundo por ti. El mundo, la galaxia, o el universo entero si fuera necesario. Por un sentimiento.