23 de septiembre de 2011

Cuándo aprenderíamos...

En eso consistía. Precisamente en que nunca fuera un tú, o un yo. Era un NOSOTROS. Y con eso éramos grandes, invencibles. Creíamos que el mundo era pan comido, que no había nada ni nadie capaz de hundirnos, por el simple hecho de ser eso, de ser un colectivo, un equipo, unos amigos, unos algo más que amigos. ¿Qué más daba la denominación que le diéramos? Éramos nosotros, con nuestros más y nuestros menos, aunque siempre, no sé cómo nos las ingeniábamos, predominaban los más. ¿Que qué pasó? Simple, sencillo, como el respirar. El tiempo hizo mella en nuestros rostros, pero aún más profundamente en nuestro corazón. Nos mirábamos, y ya no veíamos un mundo lleno de aventuras, un mundo hecho para nosotros. Caminábamos solos por la calle de la desolación, intentando volver a encontrar esa estación de tren que nos volvería a llevar al mundo que un día conquistamos a base de besos, caricias y abrazos. ¿Dónde estaban las canciones que nos cantábamos sin abrir la boca, los sentimientos que fluían sin necesidad de manifestarlos? No lo sabíamos, quizá ya ni siquiera nos lo preguntábamos. 
Y nos perdimos. Nos perdimos en una de tantas calles sin salida hacia un mañana mejor, donde todo era oscuro y los días siempre estaban nublados.
"Qué mala es la distancia", decían los que nos conocieron un día en nuestra mejor época. Y nos reíamos, pensando que eso jamás podría con nosotros, que estábamos muy por encima de todo aquello, de todos esos ideales.
Quizá, y sólo quizá, ese fue nuestro mayor problema.