2 de noviembre de 2011

Cómo hablar...

Y entonces te das cuenta. Tenían razón. Por mucho que te empeñes en no prestar atención, en mirar hacia otro lado, y hacer como si la cosa no fuera contigo, en realidad te consumes lentamente. Intentas que no se te note, que parezca que estás perfectamente, como si nada hubiera pasado, pero por dentro estallas, te consumes y no sabes cómo solucionarlo.
Crees que pasar del tema es lo mejor, hacer que no te importa lo más mínimo y seguir tranquilamente hacia delante. Pero, tristemente, te das cuenta de que no puedes, ya no. No después de tanto tiempo, ni de tantas cosas que recordar. 
Y entonces, te acuerdas de aquella promesa que hiciste tanto tiempo atrás. Rememoras el momento en el que te formularon la pregunta que desencadenaría todo lo demás. 
"¿Estarás siempre ahí, pase lo que pase, o prefieres darlo todo por perdido?"
Y, cómo no, tú respondiste que siempre, SIEMPRE, permanecerías quieta, inalienable, sin moverte ni un ápice, siempre al pie del cañón. Y, como siempre, lo cumpliste. 
Y ahora te das cuenta de que ya no lo puedes cambiar. De que esa promesa no se ha roto nunca, por muchas cosas que hayan pasado, y esta no será la definitiva.
Te das cuenta, por suerte o por desgracia, de que elegiste no elegir a nadie más.
Lo malo es lo que eligieron los demás.