13 de enero de 2012

Es como cuando me dices te quiero.

Es increíble. Un día como otro cualquiera conoces a una persona sin saber si será o no importante en tu vida más adelante. Vas contándole cosas poco a poco, conociéndola, sabiendo sus miedos, sus pasiones, lo que le gusta hacer, lo que detesta... es como si fueras haciendo un cursillo intensivo sobre su vida. 
Al principio no te importa. Puede que te diga que su color preferido es el verde, y que tú lo olvides y creas que es el azul. Pero después, según transcurre el tiempo, vas poniendo cada vez más interés en lo que te cuenta, hasta que es como un libro abierto para ti. Conoces todas y cada una de sus expresiones, y sabes relacionarlas con sus estados de ánimo. Estás segura de que si saca la lengua es que le divierte lo que has dicho, o que si se hace el enfadado pero reprime una sonrisa, es que en realidad sólo quiere hacerte rabiar.
Luego, llega el día en el que definitivamente te acabas de creer que, sin darte apenas cuenta, te has enamorado. Y sientes algo que te llena, que te hace sonreír cuando él sonríe, que te complementa. Nunca habías experimentado eso, y hacerlo ahora te llena de una felicidad indescriptible con palabras. 
Los días van pasando, y sientes que tu amor por él jamás se extinguirá, que lo vuestro sí que será para siempre, que tú serías feliz toda tu vida sólo con poder mirarlo fijamente y sonreír junto a él.
Es curioso, pero las cosas de él que antes te daban igual, ahora te las sabes de memoria. Te encanta hablar con él, compartir cualquier tontería que te pase, cualquier cosa, con tal de tener su atención durante un minuto. A veces te alejas sin querer, temiendo poder parecerle pesada, pero al ver que él no parece molesto, continúas así, día tras día, feliz, contenta contigo misma y con el mundo.
Es... cómo explicarlo, es la mejor experiencia del mundo, y quien no la ha sentido, jamás podrá vivir.