31 de diciembre de 2013

Por creer que yo era única, qué estúpida

Desconexión. Desconectar para pensar en ti, en mí, en nuestras idas y venidas. En lo que siento, en lo que sentí por ti y en lo que sentía cuando te tenía tan cerca que podía saborear tu aliento en mi nariz.
En si quererte es la mejor opción, o si nunca tuve ninguna opción más en esta decisión que tomé sin que nadie me pidiera opinión, sin que yo misma fuera consciente de lo que estaba haciendo.
Yo, que te prometí estar en las buenas y en las no tan buenas, cuando las noches se pasaran entre risas y emoticonos lanzándote besos que nunca llegaron a su destino; en los días fríos como el hielo aunque estuviéramos en pleno agosto, aunque ahí fuera se derritieran los cubitos de hielo al sol en menos de cinco segundos, en mi habitación se respiraba el frío más insoportable de todos: la soledad. Cuando no tuve más remedio que dejarte ir, para que entendieras, para que pudiera entender yo qué era todo esto, dónde íbamos tan rápido, por qué parábamos a cada tramo del camino.
Y sin embargo ahí seguí sin moverme, clavada en el suelo mientras el viento me mecía y tú pasabas por delante de mí y desaparecías sin siquiera dar una explicación satisfactoria a todo esto; simplemente te desvanecías de mi lado, para luego reaparecer como si nada, sin explicaciones, sin esperanza para el futuro, el caso es que volvías. Y luego volvía yo.
Y aunque me empeñe en pasar todos los días una hoja más del calendario, por dentro noto cómo el tiempo hace mucho que no pasa, que avanza demasiado rápido mientras yo sigo en un pasado remoto y perdido, pasado que a veces me pregunto a mí misma si alguna vez existió de verdad.
Porque dicen que nuestro cerebro está tan bien preparado que es capaz de olvidar los malos momentos y tergiversar los recuerdos para hacernos creer que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Y a veces me doy cuenta de que quizá yo misma soy una versión distorsionada de quién era en aquella época.