9 de marzo de 2012

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Se levantó de la cama y miró a su alrededor, buscando algo en la oscuridad, quizás sus propias ganas de afrontar el día. Y es que, desde hacía mucho tiempo, tanto que ni siquiera recordaba otra forma de vida, no tenía ilusión por nada. Había perdido la fe por aquello por lo que un día luchó, se había dado por vencida, y había decidido que era mucho mejor estar en lo más hondo y no intentar levantarse, que permanecer en la superficie para luego recibir el duro golpe de la caída.
Cada día se levantaba, sin más motivaciones que las de la rutina en la que estaba sumida su vida. No veía más allá de lo que tenía delante, no soñaba, ya no. Y es que desde que la mayor de sus ilusiones desapareció, ya nada le parece lo suficientemente importante como para esforzarse en conseguirlo. Ya no ve a nadie con los mismos ojos. Ya no ha vuelto a sentir que el estómago le daba un vuelco al pensar en alguien.
Y tampoco se ha preocupado por buscarlo, para qué mentir. Tiene tanto miedo de que alguien se lo haga pasar tan mal como lo pasó, que no se esfuerza en ver a otra persona de la misma forma en que lo veía a él. Simplemente camina por la calle sin rumbo fijo, deseando en teoría encontrar a alguien, pero sin buscarlo en realidad.
¿Dónde está él? ¿Por qué se fue? ¿Cuándo le fallé? Son las preguntas que se hace cada día, preguntas sin respuesta que la atormentan, que hacen que su vida no pueda fluir, que no pueda ser feliz.
A veces, tan sólo quiere que se la trague la tierra, que se acabe todo ese dolor que no abandona su alma desde hace demasiado tiempo... a veces sólo quiere que todo no hubiera pasado nunca.