28 de octubre de 2012

Me envenena el tic tac del pasar de las horas.

Joder, qué ganas más tontas me han entrado de repente de abrazarte. Domingo tenía que ser, ¿No?
Supongo que este es el día de la semana cuando más tiempo tengo para pensar en ti. Y es jodidamente horrible. Porque claro, durante la semana los deberes, el estudiar, las tardes que se reducen haciendo mil cosas sin sentido... me evitan acordarme de tu cara, o de tu voz, o simplemente de tus ojos. Malditos ojos que tienes, eh.
Pero bueno, resumiendo, que llega el fin de semana, y es como si me golpeara un huracán por detrás y sin haberlo previsto. De repente se me viene a la mente todo, desde el primer día que te vi hasta nuestro último beso, pasando por todos los días esperándote, o todas las noches siendo esclava de una puta pantalla para poder hablar contigo.
Odio los domingos, y quizá una de las razones de más peso de por qué los odio es que los domingos, y el tiempo libre, en general, te hacen recordar todo lo que añoras, lo que echas de menos; todo lo que intentas olvidar de lunes a sábado y que vuelve multiplicado por 100000000000 este odioso día.
Podría poner como excusa barata que es todo por tu culpa, que nunca tienes una respuesta clara a tus acciones, pero sería mentir descaradamente. Yo nunca he necesitado razones con hielo para seguir queriéndote con cada célula de mi cuerpo. Yo nunca he querido motivaciones para seguir ahí, hubiera seguido aunque entre nosotros hubiera pasado un vendaval.
Quizá debería dar gracias por solo recordarte con este dolor punzante los domingos; quizá debería sentirme orgullosa de no estar pensando las 24 horas del día en ti, y limitarme a hacerlo un día de nada.
O también podría pasar a la maldita acción de una vez. Ya sabes, para que los domingos de lo único que tenga que acordarme sea de los besos tan fantásticos que me diste el sábado.