19 de octubre de 2012

Si el amor no lo ha hecho, nadie lo hará jamás

A veces me gustaría escribirte. Contarte todas las cosas que en persona no me atrevo a decir, no me atrevo a pronunciar en voz alta. Y gritaría con letras mayúsculas que eres lo más mejor que han visto estos ojos, lo mejor que ha olido esta nariz, lo indispensable para esta boca.
Eres todo y eres nada; eres mis tardes y mis mañanas; mis días mirándote y mis noches en vela; mi corazón saliéndose del pecho y mis ojos inundados en lágrimas; la noche más profunda, la confesión más absurda; la confianza que nos une, las personas que nos separan.
Y qué te voy a decir, qué te voy a contar que ya no sepas, que yo te sigo allá donde vayas; llueva, nieve o haga sol. Porque arriesgué una y otra vez, y siempre gané y perdí a la vez, gané ganarte y perdí perder a los demás. Si quien no arriesga no gana yo debo de ser la favorita de tu subconsciente para llevarse el premio gordo, los besos por las mañanas, las cosquillas inesperadas, las sonrisas más dulces que los dulces más empalagosos que haya probado.
Las gracias me las ahorro, que sé que no te gustan. Me limitaré a verte así de lejos, rezando y soñando que algún día empezarás a atar cabos y todas las piezas del puzle encajarán en tu mente, teniendo una única forma.
Y, cariño, que esa forma sea tu guía en los malos días, en las noches amargas, en los besos que no saben a nada. Que sea tu estrella, tu faro, tu tabla de madera en medio del mar más helado. Piensa, piensa profundamente quién te mereces, quién te merece. Quién te quiere más que a nadie, quién más te quiere de todos.
Sólo hay una respuesta posible, y no se vale cambiar de opinión.
NUNCA