10 de julio de 2011

Ven a dormir conmigo, no haremos el amor, él nos hará.

Era tarde, muy tarde. Se dirigía ya a casa, para dormir, para olvidar aquella noche llena de altibajos, de momentos de descontrol total, y otros de bajón. Pero entonces, lo vio. Supo al instante que él no era como los demás. Era alto, rubio, con unos impresionantes ojos verdes y una sonrisa que enamoraría a cualquier chica. Pero, sin embargo, no fue eso lo que le llamó más la atención de él. Estaba solo, solo en una calle atestada de gente. Él se había sentado en un banco apartado de la multitud y miraba fijamente al frente, con la mirada perdida dentro de un mundo complejo y doloroso, donde nadie querría estar. 
Sintiendo la necesidad de hacer algo, se sentó sigilosamente a su lado. "Creerá que estoy loca", pensó. 
Ninguno de los dos dijo nada en un buen rato. Él parecía no haberse dado cuenta de su presencia, y ella se sentía demasiado tímida a su lado, a pesar de que normalmente no lo era. Por fin, después de algunos minutos en los que ella contuvo la respiración, él se volvió finalmente a mirarla. 
-Te estaba esperando-Dijo.
-¿A mí?-Logró contestar ella.
-Sí. Llevo meses observando cómo cada sábado sales de fiesta a las mismas discotecas, y luego regresas a la misma hora y por el mismo camino en dirección a tu casa. 
-¿Cómo es, entonces, que nunca me había fijado en ti?
-Porque tenía que ser así, esta noche.
Y sin pensarlo más, le dio un suave beso en los labios, pero que activó todas y cada una de sus terminaciones nerviosas. Fue como un calambre de electricidad, como si de repente se sintiera adicta a aquellos besos, como si algo se hubiera accionado y ya no hubiera marcha atrás. 
-Has pasado muchas noches esperando-Terminó por decir ella.
-Bueno... supongo que se pueden pasar todo tipo de obstáculos si el premio es algo que quieres de verdad.