10 de enero de 2012

Too late...

Duele. Duele mucho. Tanto como un golpe del dedo meñique contra la pata de la mesa. Es más frustrante que no poder salir un día a jugar porque está lloviendo. Tan horrible como descubrir en medio de un viaje que se te ha borrado del Mp3 tu canción favorita. 
Enterrar sentimientos bajo llave en un cajón de mi memoria y prohibirles por todos los medios que salgan de donde están nunca ha sido mi estilo, pero esta vez haré una excepción. Enterraré lo que pienso, lo que sé y sobre todo, lo que siento. Me quedaré callada en una esquina de la habitación más oscura que exista y no saldré hasta que no haya nadie para mirarme con atención, para clavar en mí la mirada de la decepción. Porque cada día siento que decepciono a más gente sin darme apenas cuenta. Cada día veo que más personas se alejan de mí sin retorno, sin un adiós, sin nada. 
Debería haber aprendido de las hostias que me he dado en mi vida, pero ya se ve que no, que yo sigo tropezándome con la misma piedra, aunque la propia piedra ya ni siquiera esté ahí, qué más da. 
Juré mil y una veces que nunca más, pero he descumplido esa promesa un millón. Me prometí a mí misma que sería fuerte con lo que viniera, y que nada podría derrumbarme, pero he pasado más tiempo en el suelo que de pie. 
Hoy, sinceramente, no sé si las cosas serán diferentes. Si servirán esta vez mis propósitos o volveré a fracasar y a acabar vencida por las ganas que tengo de tenerte aquí, cerca. Si al final me vencerán los deseos de decirte: te echo de menos y que tú me respondas un: yo también. 
Sé de sobra quien fue el vencedor y quien el vencido en esta tómbola que es nuestra vida. Pero también sé que esta no es la última vez. Que volverás, a lo mejor no mañana, ni dentro de un mes, pero volverás.
Quizá esa es la razón de que yo siga anclada esperando siempre a la próxima vez.