31 de julio de 2013

The other side

El tiempo pasa, y pasa para todos por igual. Pasa para los que esperan ese saludo en aquella pantalla de plástico donde plasmaron sus sentimientos más profundos, donde consiguieron ser completamente sinceros y sincerarse con aquella persona especial.
Pasa para los que están desengañados de todo, los que no tienen nada por lo que esperar, nada más que que el tiempo pase y puedan olvidar aquello que tanto daño les causó, un trauma que les marcó para el resto de su vida.
Pasa para los que son completamente felices con lo que tienen, pero, sobre todo, pasa para los que tienen un sueño, algo que desean todos los días al levantarse que se cumpla, que anhelan más que nada y que llevan persiguiendo durante tanto tiempo.
Quizá deberíamos arrojar por un precipicio todos aquellos sueños en los que hemos malgastado tanto tiempo para que al final no llegaran a ser más que eso, sueños. Es probable que no podamos recuperar ni un solo segundo de todas esas esperas interminables, esos nervios agarrados a la boca del estómago que no se iban ni con un millón de tilas. Todo para nada, la recompensa nunca llegaba, cada día parecía más cercana cuando en realidad se alejaba un poco más con cada movimiento de la manecilla pequeña del reloj.
He pensado muchas veces por qué seguimos empeñados en todos esos sueños, por qué no podemos desprendernos, dejarlos ir y no volver nunca más, ser libres por una vez.
Y he llegado inevitablemente a la conclusión que quizá haya cambiado radicalmente mi forma de ver las cosas. Si no nos separamos de ellos es simplemente porque siempre tenemos una motivación que nos anima a seguir en ellos, que nos hace creer en nosotros mismos y en que podemos conseguir esos sueños, que podemos conseguir todo lo que nos propongamos si ponemos todo nuestro empeño y nuestras ganas.
He tenido miles, millones de sueños a lo largo de mi vida, y apenas he conseguido unos pocos; pero no me arrepiento de nada, ni de la espera, ni de las decepciones... ni siquiera del tiempo que ha pasado, porque, aunque ahora nos parezca que se nos desgarra el corazón con cada despedida, que no conseguiremos levantarnos tras ver esa lágrima deslizándose por nuestra mejilla, podemos con todo eso y con más. Porque somos fuertes, porque lo que más nos sobra son sueños, y lo que menos es ganas de rendirse.