3 de agosto de 2018

Declaración de intenciones

Escribo esto con la única cosa que tengo clara en la vida: que soy sincera.

Sincera para bien, para mal, para que confíes plenamente en mí o para caer mal.

Soy sincera cuando hablo de sentimientos, cuando expreso sentimientos, cuando hago cosas, cuando no las hago, cuando hablo sin pensar, cuando me callo porque no hay nada que decir.
Soy sincera cuando digo que si me arrepiento es porque me arrepiento, pero también lo soy cuando digo que no me arrepiento de nada que me hizo estar feliz en un momento determinado. Besos, días, personas, momentos, conversaciones por Whatsapp... cualquier cosa.

Nunca he entendido a la gente con dos caras, a los que son capaces de ser hoy blanco y mañana negro; a los que hoy te quieren pero mañana te odian.

Y sí, a veces me imagino a mí misma contigo y a veces me imagino con otra persona. Ah, y a veces me imagino sola. Y en todos esos pensamientos solo hay una cosa en común: que me imagino feliz. Sin cadenas, sin quebraderos de cabeza, sin obstáculos y sobre todo sin tener que sufrir por cosas por las que no se debería sufrir.

Y si quieres pedirme algo sencillo, si quieres que te siga la corriente en todo, o si pretendes que la rutina se cuele entre mis días y (sobre todo) mis noches, me estarás matando lentamente.

Porque soy intensidad, sin alicientes ni edulcorantes. Porque no estoy hecha para cardíacos ni para aquel que no esté dispuesto a correr riesgos. Así que aléjate si no soy para ti, porque yo solo estoy para aquel que esté dispuesto a luchar por mí.

24 de mayo de 2018

Yo prefiero que me elijan antes de que me prefieran


El eterno dilema. Dejar ir o sufrir tú. Ver cómo una persona que un día tuvo ojos para ti ahora se va alejando e igual tiene ojos para otra…
O para otras.
O para nadie…
Pero no eres tú.

Arrepentirse de algo que se hizo nunca vale para nada. Para eso está la frase del “lo hecho, hecho está”. Y por eso nunca me han gustado las disculpas después de haber hecho lo malo, lo que ha dolido, lo que hecho está. Si tanto lo sientes y tanto dolor te está causando lo que has hecho, no haberlo hecho. Así de fácil y de sencillo. Pero no, preferimos pedir perdón que pedir permiso, vivir tan extremadamente al límite que lo que pase en el minuto siguiente al de ahora mismo es problema de nuestro yo del muy lejano futuro que está por llegar. Y no nos damos cuenta de que la tontería que se nos pasó por la cabeza aquel día malo, aquel momento en que nos creíamos los reyes del mundo o aquel día de levantarse con el pie izquierdo puede marcar un antes y un después en todo lo que pase en nuestras vidas.

La llamada que nunca quisimos contestar.
El Whatsapp que llegó en el momento más inesperado y cuando ya creíamos todo cerrado a cal y canto.
La mirada más inocente lanzada por la persona menos pura.
La conversación que te saca del letargo sentimental en el que quizá llevabas demasiado tiempo.

¿Vas a esperar que todo vuelva a repetirse como si de un círculo vicioso se tratara? ¿O vas (de una santa vez) a coger las riendas de tu vida y madurar y darte cuenta de lo que de verdad te hace daño y lo que no te mereces?

Llámalo destino o casualidad, pero siempre pasa igual.