18 de noviembre de 2011

Entonces lo sientes. Sientes que el mundo se te cae encima poco a poco. Sin más, sin motivos aparentes, pero es como si te hubieran clavado un cuchillo y lo fueran retorciendo cada vez más y más fuerte.
Esa necesidad de preguntarte qué tal te ha ido el día, cómo estás, por qué no quieres hacer esto. Esa felicidad cuando me contabas lo que te gustaba o lo que no. ¿Dónde está todo eso, eh? ¿Dónde quedaron tus "eres la única persona que me jodería perder"? ¿Y los "eres la única que me entiende"? 
Preguntas sin respuesta. Preguntas que sé que no debería hacerme, pero me hago y me repito todos los días, sin encontrar una razón lógica.
Una razón que ni siquiera tú sabes explicar.