26 de mayo de 2017

Random

Aprendes.
Aprendes a que todo te resbale a veces (o siempre). A darte cuenta de que te mereces algo jodidamente bueno en la vida, y no solo a cualquiera al que agarrarte cuando tengas una mala noche y nadie que te escuche.
Aprendes a que si algo duele... bueno, nada es para siempre. Y cura. Y pasa el tiempo. Y olvidas. Y te deja de importar.
Siempre se reduce a lo mismo. Es como el aleatorio de música del móvil; pasando y pasando canción tras canción, que en algún momento llegará alguna que te guste, o que sea perfecta para el estado de ánimo en el que te encuentras.
Y hasta entonces... pasas por encima del resto, dejándolas 10, tal vez 20 segundos, dejando que se internen un poco dentro de ti para luego decidir que no eran adecuadas. Una vez más.
Hoy me doy cuenta de que igual tú fuiste una de las canciones no adecuadas para mí. O quién sabe, quizá te escuché tanto que acabaste siendo demasiado repetitivo para mí. Como si no hubiera más opciones. Como si tuviera que seguir escuchando la misma canción para siempre.
Y oye, qué coñazo.
Pero hoy... que hace un tiempo que no estás entre mis listas de reproducción favoritas... que ya se me está empezando a olvidar tu letra... volvería a escucharte y probablemente redescubriría acordes nuevos de los que nunca me di cuenta; las palabras dichas de otra forma, los puntos y las comas situadas en otros sitios...
Qué pena que la estabilidad brillara por su ausencia.
Qué pena que nunca estés entre los grandes éxitos de la banda sonora de mi vida.