23 de octubre de 2011

Necesitas decir que no a los miedos.

Ni siquiera ya sabía por qué esperaba. No tenía ni idea de por qué seguía sentada en aquella habitación, esperando que él volviera a buscarla, rescatara todos los momentos perdidos hasta ahora y la llenara de nuevo de ese amor tan puro que sólo él sabía darle.
Ni siquiera sabía por qué, pero lo hacía. Seguía mirando hacia atrás, esperando cualquier indicio, cualquier pista que pudiera indicarle que él había regresado. Esperaba, y esperaba. Esperaba día tras día, y se negaba a dejar de esperar. Quizá todavía no entendía que esperar no servía de nada, pero tenía miedo de que si dejaba de esperar, él regresara y ella ya no estuviera. 
Porque, lo que ella más temía por encima de todo, era fallarle. Haría cualquier cosa por hacerle feliz, aunque tuviera que sacrificar su propia felicidad por ello. 
A lo mejor ese fue el mayor de sus problemas.