22 de agosto de 2013

Too deep

Y ahí está él, mirándote desde el otro extremo de una habitación atestada de gente. Es curioso cómo por muchas personas que os rodeen es capaz de fijar sus ojos solamente en ti, como si no hubiera nadie más, como si solo importara lo que quiere transmitirte con su mirada.
A veces sientes que te hundes y no puedes emerger, cuando no te mira, cuando aunque te esté rozando con la palma de la mano, parece que os separa un abismo insalvable. Cuando las palabras rebotan contra su superficie como si fuera de hierro, impenetrable, como si nadie consiguiera nunca llegar al fondo.
Pero otras, cuando a pesar de esta a millones de kilómetros de distancia, lo sientes cerca, más cerca de ti de lo que nunca había estado... entonces sonríes, y te autoconvences de que todo irá bien, de que esta vez será la definitiva y no habrá más distanciamientos. Porque cuando te mira de esa forma, cuando miras a cualquier otro y no eres capaz de encontrar nada tan bueno que lo iguale a él... sabes que lo necesitas más de lo que aparentas, de lo que en realidad quieres.
La realidad se hace insoportable cuando tienes que fingir pasar de alguien que en verdad siginifica tantísimo. Poner buena cara se convierte en algo mecánico, sonríes por pura rutina y hasta aquel baldosín roto en el medio de la calle te recuerda a él y en cómo te cogió fuerte de la mano para que no tropezaras con él.
Pero no puedes... ya no. Y escondes ese sentimiento tan dentro de ti que hasta a veces parece que ya no existe...
Hasta que alguien destapona la herida, y la sangre sale a borbotones de dentro de ti, sientes que tu pecho se abre en canal y que la respiración se te corta.
Y empiezas a echarle de menos.

1 de agosto de 2013

Supervivencia

Negar lo evidente es algo que nunca se me ha dado bien. Me considero una persona con las cosas claras, quizá demasiado claras. Cuando algo me molesta en seguida se nota, mis principios son claros y no tengo intención alguna de cambiarlos.
Pero llega un día en el que te das cuenta de que para todo existen excepciones. Pasas por alto cosas que te han sentado mal, perdonas a gente que ha violado tus principios infranqueables... y justamente en ese momento es cuando te das cuenta de que no se pueden tener metas fijas en la vida, de que prácticamente todo es volátil, como si estuviera escrito en papel que con el paso del tiempo se va desgastando y erosionando hasta que no queda nada de él.
Precisamente todas y cada una de las excepciones que hacemos en nuestra vida son las que más nos marcan. Nunca podremos olvidar a aquella persona a la que perdonamos algo que jamás habríamos pensado perdonar de no haber sido ella, nos acostumbramos (quizá demasiado rápido) a las decepciones del día a día, a ver que alguien que lo había sido todo se convierta en un simple desconocido, alguien a quien miramos desde la acera contraria de la calle sin saber bien qué decir, apartando la mirada y con ella un cúmulo de sentimientos que gritaríamos si aún nos quedara algo de ese valor que perdimos en el momento en que hicimos aquella excepción.
Ver a la gente como si ya no formara parte del mismo mundo que tú es algo que, tristemente, llega tarde o temprano. Nos empeñamos en seguir pensando que tenemos unos amigos que nunca nos defraudarán simplemente porque somos nosotros, porque son ellos. Pero no. El paso del tiempo nos ayuda a darnos cuenta de que si queremos sobrevivir medianamente sanos mentalmente tenemos que desconfiar de todo y de todos por naturaleza.
La gente lo hace por sobrevivir, pero quizá yo no quiera hacerlo.